lunes, 16 de febrero de 2009



El “debate” legislativo a la TV

De 1990 a 1993 fui un asiduo visitante de la sede legislativa local, por razones laborales. Debo decir que era una delicia asistir a la sesiones del pleno. Había ingenio en la palestra. Admiraba la oratoria candente de Miguel González Ibarra y las puyas de Guadalupe Acosta Naranjo del PRD. Por el PRI un irónico y genial Víctor Pineda Dávila solía ser su principal interlocutor de los perredistas. También subían Roberto Lomelí y Ney González al contra ataque. Ni cómo aburrirse.
No sé cuando a la bancada mayoritaria dejó de interesarle ganar los debates. Se empezó a conformar con ganar la votación. El salón de plenos dejó de tener audiencia ciudadana. Solo se aparecían por ahí periodistas y auxiliares de los diputados. Ah, y pedigüeños profesionales.
Me parece que del 99 al 2002 volvió a reactivarse un diálogo de calidad en la Cámara. En los últimos años he atestiguado trámites legislativos desabridos, sin pasión. Los diputados opositores han pecado de condescendientes. Ya no los hacen igual que antes.
Cada 3 años he estado renovando mi decepción. No sé de quién sea culpa. Quizá soy yo el que está mal. A lo mejor la política evolucionó y lo moderno es que haya consensos en todo. De verdad extraño los discursos que producía la XXIII Legislatura. No sé si Chava Cuevas o Morquecho también los extrañen.

QUEDAN A DEBER
Esta vez esperaba más de los diputados de oposición, debo confesarlo. Creo que muchos nayaritas nos sentimos como que nos quedaron a deber. Ayer comentamos el tema. Alguien reparó en el hecho de que no sólo los legisladores estaban mal, sino en general la oposición dejó de luchar, dejó de ser contrapeso. “Ve a los regidores que no son del mismo partido del Alcalde, se ponen en paz si les garantizan buenos sueldos y prestaciones”, observa un catedrático de la UAN.
Un funcionario federal establece empíricamente un paralelismo entre los mega-salarios y la extinción de la oposición legislativa. Irónico, suelta: “Es hasta de mal gusto criticar si cobran tan buenas dietas”.
-¿Y si las sesiones del Congreso se transmitieran en TV?-, propongo a manera de solución. Nadie contesta. Todos toman un sorbo de café para procesar mi apunte.
Les explico que lo que digan o dejen de decir los diputados no trasciende, pues las sesiones se han vuelto un asunto clandestino. Es como que si cantan o nó en la regadera de su casa.
En cambio, si las sesiones se pasan por un canal de TV, sentirían algo de vergüenza con sus silencios, con sus tácitas renuncias al debate, con su aprobación automática a las dispensas de trámites, o con sus sumas incondicionales a consensos fraguados en la pagaduría.
Me parece que es un asunto en el que ganaríamos todos. Claro, menos los diputados que tendrían que prepararse mejor para lucirse.
Antes no había canales del Congreso, pero si conciencia política. Nadie se confundía respecto del rol que debía jugar.
Me sugieren que presente una ponencia en los foros a los que ha convocado el diputado Manuel Narváez. Lo pensaré. Como ciudadano moderno, no comulgo con los foros tradicionales. Quizá me anime a sugerir mi opinión el día que abran un ciberforo.

DE BUENA FUENTE: Son días de recordar a Jonás Flores. Charlé poco con él, pero sustancioso. Hará unos 12 años me dio una cátedra sobre la importancia de la justicia premial. Sostenía que las autoridades debían reparar más en su aplicación, pues solo impulsaban acciones de justicia social y justicia punitiva.
Alguna vez lancé una pregunta a mis alumnos sobre el Poder Judicial. Uno de ellos me respondió con realismo autocrítico: “Yo imparto justicia en materia penal y familiar. En cuestiones civiles y mercantiles me limito a impartir legalidad”. Era Ricardo Flores -“hijo de tigre pintito”- a quien le envío un abrazo de condolencia.

Internet y el 2011

La semana pasada estuve en el DF. En un tiempo libre tuve oportunidad de ver la película “Frost/Nixon”, elogiada por los críticos y candidateada ya a acaparar nominaciones y estatuillas en la noche de los oscares.
Es sencilla su trama. Recrea la entrevista de Richard Nixon 3 años (en 1977) después de dimitir a la Presidencia de Estados Unidos tras el escándalo Watergate con un hombre de TV, no un periodista, sino un showman británico. Para entender bien, no un Zabludovsky, no un López Dóriga, no un Loret de Mola, sino alguien muy similar a Adal Ramones.
Sin haberse inspirado en los geniales politólogos italianos Giovanni Sartori o Michelangelo Bovero, autores de los conceptos “videopolítica” y “telecracia”, el filme retrata la desventaja que tuvo el expresidente con su entrevistador: éste conocía las reglas de la pantalla chica, el poder de la imagen, los efectos del rating.
Los resultados de la entrevista fueron demoledores para Nixon. Los millones de televidentes vieron a un político derrotado; su rostro delataba los pecados cometidos. David Frost tuvo el acierto de sacar de sus casillas al experimentado político y grabar en videotape sus silencios culposos, su ira, su tristeza.
En un momento de la película, Nixon confiesa que el veredicto de quienes vieron en TV su debate con el candidato demócrata Hubert Humphrey fue distinto al de quienes lo escucharon por radio, pues éstos no vieron el copioso sudor en su rostro (signo universal de nerviosismo). Los televidentes pensaron que perdió, los radioescuchas que ganó.

LOS MEDIOS Y LAS ELECCIONES EN NAYARIT
No pude evitar recordar el peso que ha tenido la televisión nayarita en la política local. En especial aquel famoso debate de 1999, Echevarría-Vallarta. “La señal que mandó Lucas al no saber manejar diligentemente las hojas de impresora fueron terribles para el electorado joven, acostumbrado al uso cotidiano de las computadoras”, concluyó un columnista local en aquella ocasión.
Hoy, tras el paradigmático triunfo de Barack Obama, hay una tendencia a que lejos de ser escenario-piloto, Internet es una arena que condensa muy bien las filias y fobias del electorado que define triunfos y derrotas. 53 por ciento de la lista nominal de electores nayaritas tiene entre 18 y 39 años.
El 2011 es una meta en la que los políticos locales competirán entre sí por gestionar su imagen con eficacia frente a internautas interactivos que postearán opiniones, que abandonarán páginas aburridas, que retransmitirán cadenas de mails, y que sentirán empatía o desagrado con las habilidades tecnológicas de los precandidatos.
Muchos menospreciarán el peso específico de la red en el escenario político. Que le apuesten al proselitismo tradicional entonces. Tendrán problema para difundir eficazmente sus mensajes.
Antes la TV, ahora la Web 2.0

DE BUENA FUENTE: Se afinan detalles del nuevo edificio legislativo. Muchos se preguntarán si la agenda que salga de los foros temáticos que organiza el Congreso estará a la altura de tan imponente sede.