El “debate” legislativo a la TV
De 1990 a 1993 fui un asiduo visitante de la sede legislativa local, por razones laborales. Debo decir que era una delicia asistir a la sesiones del pleno. Había ingenio en la palestra. Admiraba la oratoria candente de Miguel González Ibarra y las puyas de Guadalupe Acosta Naranjo del PRD. Por el PRI un irónico y genial Víctor Pineda Dávila solía ser su principal interlocutor de los perredistas. También subían Roberto Lomelí y Ney González al contra ataque. Ni cómo aburrirse.
No sé cuando a la bancada mayoritaria dejó de interesarle ganar los debates. Se empezó a conformar con ganar la votación. El salón de plenos dejó de tener audiencia ciudadana. Solo se aparecían por ahí periodistas y auxiliares de los diputados. Ah, y pedigüeños profesionales.
Me parece que del 99 al 2002 volvió a reactivarse un diálogo de calidad en la Cámara. En los últimos años he atestiguado trámites legislativos desabridos, sin pasión. Los diputados opositores han pecado de condescendientes. Ya no los hacen igual que antes.
Cada 3 años he estado renovando mi decepción. No sé de quién sea culpa. Quizá soy yo el que está mal. A lo mejor la política evolucionó y lo moderno es que haya consensos en todo. De verdad extraño los discursos que producía la XXIII Legislatura. No sé si Chava Cuevas o Morquecho también los extrañen.
QUEDAN A DEBER
Esta vez esperaba más de los diputados de oposición, debo confesarlo. Creo que muchos nayaritas nos sentimos como que nos quedaron a deber. Ayer comentamos el tema. Alguien reparó en el hecho de que no sólo los legisladores estaban mal, sino en general la oposición dejó de luchar, dejó de ser contrapeso. “Ve a los regidores que no son del mismo partido del Alcalde, se ponen en paz si les garantizan buenos sueldos y prestaciones”, observa un catedrático de la UAN.
Un funcionario federal establece empíricamente un paralelismo entre los mega-salarios y la extinción de la oposición legislativa. Irónico, suelta: “Es hasta de mal gusto criticar si cobran tan buenas dietas”.
-¿Y si las sesiones del Congreso se transmitieran en TV?-, propongo a manera de solución. Nadie contesta. Todos toman un sorbo de café para procesar mi apunte.
Les explico que lo que digan o dejen de decir los diputados no trasciende, pues las sesiones se han vuelto un asunto clandestino. Es como que si cantan o nó en la regadera de su casa.
En cambio, si las sesiones se pasan por un canal de TV, sentirían algo de vergüenza con sus silencios, con sus tácitas renuncias al debate, con su aprobación automática a las dispensas de trámites, o con sus sumas incondicionales a consensos fraguados en la pagaduría.
Me parece que es un asunto en el que ganaríamos todos. Claro, menos los diputados que tendrían que prepararse mejor para lucirse.
Antes no había canales del Congreso, pero si conciencia política. Nadie se confundía respecto del rol que debía jugar.
Me sugieren que presente una ponencia en los foros a los que ha convocado el diputado Manuel Narváez. Lo pensaré. Como ciudadano moderno, no comulgo con los foros tradicionales. Quizá me anime a sugerir mi opinión el día que abran un ciberforo.
DE BUENA FUENTE: Son días de recordar a Jonás Flores. Charlé poco con él, pero sustancioso. Hará unos 12 años me dio una cátedra sobre la importancia de la justicia premial. Sostenía que las autoridades debían reparar más en su aplicación, pues solo impulsaban acciones de justicia social y justicia punitiva.
Alguna vez lancé una pregunta a mis alumnos sobre el Poder Judicial. Uno de ellos me respondió con realismo autocrítico: “Yo imparto justicia en materia penal y familiar. En cuestiones civiles y mercantiles me limito a impartir legalidad”. Era Ricardo Flores -“hijo de tigre pintito”- a quien le envío un abrazo de condolencia.