Entrevista al periodista que quiere ser
diputado
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Impulsado
por sus radioescuchas buscará ganar el VII distrito local en el 2017
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Es
politólogo y durante años ha fungido como consultor de campañas políticas
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Rockero
de corazón, en su juventud fue baterista del grupo “Rosa Mexicano”
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El
América, los Steelers, Tin Tán, los Soler, Pardavé y Octavio Paz, sus aficiones
Por Enrique HERNÁNDEZ QUINTERO / Exclusiva
MERIDIANO
Como todo buen anfitrión, Alejandro Gándara propone que lo entreviste en su casa para
desayunar. Se luce. Un menú estilo americano: huevos estrellados con jamón y
hot cakes preparados por él. Y café, extraordinario café. Lola y Goyo, sus
famosos bulldogs, pronto se arrellanan a mis pies como pidiendo que les
comparta mi generosa porción.
Ambiente confortable, relajado. Decorada con sobriedad su
casa. En el comedor una caricatura suya publicada en Meridiano cuelga de la pared. Más allá un pequeño busto en bronce
de Luis Donaldo Colosio. Una bandera de México al fondo.. En la esquina un
carro-licorera bien avituallado. Reina el buen gusto. “Esta casa la diseñó mi
mujer”, explica al momento de invitarme a la barra desayunadora.
EL LÍDER DE POPULARIDAD EN LA RADIO
Justo el 7 de junio se despidió de sus miles de
radioescuchas para emprender un proyecto electoral. Sorprendió su adiós
–seguramente un ‘hasta luego’-. Mientras cocina me platica el gozo que producían
en la audiencia sus dardos venenosos contra los políticos: “A cada rato pedían
mi salida de la radio, por ejemplo, los diputados. La verdad no los criticaba
duro, pero sí me burlaba de ellos. Pero la gente feliz, ¡feliz!”, enfatiza.
La decisión de buscar un lugar en la boleta electoral en
2017 fue alentada por muchos de sus seguidores en el cuadrante. “Vía whatsapp, en redes sociales o en la
calle me decían ‘Aviéntate, necesitamos a alguien como tú’. Uno puede tener el
ego muy bien controlado, pero ese tipo de cosas sí impactan”.
Experto en medios, Gándara
no anunció previamente su salida de Radiorama. Nadie sabíamos. Ni yo. La soltó
de golpe para potenciar el efecto. Un mar de especulaciones surgieron. “Se va a
la UAN con Nacho Peña”, unos; “Dirigirá
la oficina de Prensa de Gobierno”, otros. Varios periodistas le pidieron –le
pedimos- entrevistas para radio, TV y prensa escrita, para averiguar las causas
y aclarar rumores.
Y de esa forma le puso coordenadas a su nueva meta: el VII
distrito local, que comprende gran parte de la zona oriente de la capital. Un
rumor que no aclaró –y que yo olvidé preguntarle- es si es cierto que aparece
en las encuestas por encima de muchos políticos de tiempo completo y de
distintos partidos.
12 AÑOS YA VIVIENDO EN NAYARIT
Un tercer comensal se hace presente en el
desayuno-entrevista, Jorge Aníbal
Montenegro, su vecino en el Fraccionamiento Bonaterra. La caminata de un
coto a otro le despertó el apetito. Se acabó medio tarro de Nutella con los panqueques.
“Yo llegué a Tepic en Febrero del 2004. Antes había estado
en Bahía en casa de Ney González y
ahí me pidió que le coordinara su campaña, pero en su ego gigantesco me nombró
sólo ‘administrador’ de la misma, el coordinador era él, aunque las funciones
de coordinador las tenía yo. Desde entonces me quedé aquí, sólo he cambiado de
residencia”, narra.
Años atrás Gándara
hizo fama como consultor con un Taller sobre lo que nó se debe hacer en una
campaña. Los tres partidos grandes (PRI, PAN y PRD) lo contrataban para
impartirlo. También el PT. En alguna ocasión lo vio Ney disertando, le gustó y así lo trajo a Nayarit.
Licenciado en Ciencia Política por la UAM Iztapalapa, Alejandro fue feliz durante casi cuatro
décadas en el DF. Hijo de un vendedor de mil cosas y de una maestra especializada
en niños con discapacidad (quien tuvo como alumna a la escritora y activista Gaby Brimmer), en su infancia
clasemediera vivió con una abuela y una tía en una casa llena de libros y
discos.
CULTURA Y BOHEMIA, SU VIDA EN EL DF
“Había acetatos de Los Beatles, de Chicago y de Rigo
Tovar”, ríe. “Yo crecí en el multifamiliar Tlalpan, una vecindad gigantesca. Mi
primer libro fue el Quijote para niños. Muy chavo ahí leí ‘El Laberinto de la
Soledad’. Y todos los libros de Luis
Spota, aunque no me gusta. Mi familia es muy bohemia. Las fiestas acababan
con amistades bailando tango o flamenco. Se hablaba de Gardel o de tríos en las sobremesas. Me la vivía en la calle, con
amigos de mayor edad”.
Le pregunto si le atraía la política en su infancia.
Responde con una curiosa anécdota: “Desde siempre me llamó la atención, pero en
concreto el discurso político, ponía atención a los tonos que usaban los
políticos al hablar. Y yo deleitaba a mi familia en los restaurantes imitando a
Luis Echeverría al ordenarle al
mesero los platillos que previamente ya habían escogido ellos”.
A los 16 años se emancipó. Rentó un mini ‘depa’. Trabajaba
como office boy en la Secretaría de Gobernación, justo en la legendaria
Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales. Ahí sacaba copias e iba por
los tacos de los funcionarios. Ganaba muy poco, pero aún así el magro presupuesto
incluía siempre la compra diaria del periódico unomásuno. Se trasladaba en peseros y en un vocho modelo 75 -“sin
piso”, detalla- que después cambiaría, tras un ascenso al cargo de Analista
‘C’, por un flamante VW sedán del año en 1990.
“ESTUVE A 20 METROS DEL BALAZO A COLOSIO”
En 93 termina su carrera dentro del CISEN con nivel Jefe
de Departamento. De ahí se va a las campañas de Colosio y Zedillo. “De
las tristes historias es que yo estuve en Lomas Taurinas. Pero de las más
tristes historias es que yo estaba en el equipo que definía dónde se instalaba
el podio, por dónde tenía que bajar el candidato. Estuve a 20 metros del
balazo”, narra Alejandro ante un
azorado Jorge Aníbal que engullía
con frenesí galletas de hojaldre azucaradas. Gracias a su participación en la
campaña de Zedillo, Alejandro se desempeñó en su sexenio
como subdirector de desarrollo municipal en el DIF nacional.
Con el apoyo de Carlos
Flores Rico –ex vocero del PRI- y César
Augusto Santiago –gurú electoral del
PRI-, Gándara viaja a estudiar a
Miami y Detroit la operación profesional de campañas. Y se dedica a capacitar
candidatos, actividad en la que detecta una oportunidad de hacer negocio. Con
su amigo Roberto Cerezo monta la
consultora C&G Desarrollo Estratégico
que hasta la fecha funciona exitosamente.
En el patio los bulldogs ladran. Reclaman su espacio
habitual dentro de la plácida vivienda. Se respira tranquilidad. Casi no
circulan autos en el vecindario. Alejandro
cuenta chistosas historias de su etapa como conductor de RTN en el sexenio de Ney. Gracias a un lapsus al aire de su compañera en
la pantalla chica Lulú Acosta
–confundió los cactáceos con los cetáceos- él detonó su estilo sarcástico, ese
que mantuvo durante los tres años y medio en Radiorama. Estilo que causaba
agruras a los “rugidores” y “diputables”.
“A partir del diálogo diario con los radioescuchas,
entendí que hay una enorme molestia con el Poder. La gente me decía ¿Y por qué
no llevas a la práctica eso que criticas? En términos morales voy a dar una
batalla para bajar los sueldos en la política. Yo quiero llegar para ganar
menos y poner en práctica la iniciativa 70/30, setenta pa ti y 30 pa mí”.
“Voy a competir contra el poder, contra el PRI, contra el
PAN, el PRD, en total desigualdad, sin recursos; yo tengo para empezar mi
mensaje y mi ánimo, ah y 6 mil pesos que tengo ahorrados”, comenta animoso.
UN HOMBRE HOGAREÑO, CHEF Y JARDINERO
A Alejandro es
raro verlo fuera de su casa. Disfruta mucho ahí de la jardinería –se queja de
una plaga de hormigas que devoran sus flores-, de la cocina (“los sábados yo
hago de comer, postres y cocteles incluidos”). Sale poco. “Soy gente de
familia. Lía mi hija ya vive, trabaja y estudia aquí. No tienen idea del alivio
que significa para mí que ella esté conmigo”, confiesa. Tras dos horas de
charla, se emociona cuando habla de sus hijos. Se le quiebra la voz. Se pone
serio.
Presume también a Alejandro
su primogénito, quien se dedica a la traducción y a estudiar Comunicación –dejó
la Química- por influencia paterna. Melómano como su homónimo padre. Y nos
sorprende con una revelación: “Yo toqué la batería en un grupo que se llamaba
‘Rosa Mexicano’. Llegamos a ser contratados para tocar los veranos en el hotel
Continental de Acapulco. Pagaban poco pero nos daban hospedaje, comidas y
bebidas”.
Sus habilidades con la batería –sin embargo- no las tiene
con el baile. Con orgullo revela que su esposa Amalia Huitrón es una extraordinaria bailarina de tango. “Baila
bello; yo en cambio tengo dos pies izquierdos”.
“Lo mío es el rock. Soy muy beatle, muy de Police, de los
Stones, de Led Zeppelin, pero también me gusta mucho el bolero, igual el
mariachi y la música clásica. ¿Cine? Cada quince días veo una película de ‘El
Padrino’ y estoy narrando los diálogos, y a mi mujer le molesta eso, me
pregunta que por qué la veo si me la sé de memoria. Soy fan de Tin Tán, los Soler y Joaquín Pardavé.
Mis películas favoritas son ‘El rey del barrio’. ‘La oveja negra’ y ‘Una
familia de tantas’, puedo pasarme días volviéndolas a ver”, expone a manera de
radiografía personal.
Al lado de la sala, Alejandro
instaló una mesa de billar. “Por razones de herencia familiar me gusta jugar.
Igual que mi afición por el América, esa la mamé, gracias a mi tía Rosa cuando yo era un niño. En cambio
lo de los Acereros fue por influencia de la tele, por lo atractivo de la
‘cortina de acero’ de los 70”, nos explica al tiempo de recitar de memoria los
nombres de esos jugadores empezando por Jack
Lambert y Jack Ham, los míticos
números 58 y 59 de Pittsburgh.
“SERÉ DIPUTADO EN 2017”
-¿Te ves tomando protesta como diputado el 17 de agosto
del año que entra?- lo inquiero. “Me veo tomando protesta y dando una batalla
sólo ante el abuso; me veo sólo ayudándole a la gente; me veo sólo diciéndoles
en el Congreso que deben renunciar a sus grandes salarios, sin embargo, sí me
veo como diputado. Voy a dar una buena batalla, voy a hacer una campaña buena
por su frescura, estoy empeñado en que la política se debe moralizar un poco y
si puede empezar conmigo sí lo voy a intentar. Sí Enrique, sí me veo tomando protesta. Seré diputado en 2017”.
Apago la grabadora para despedirme. Me dirijo a recoger
mis lentes a la barra y pepenar una galletita de hojaldre. Para mi mala suerte
el tercer invitado ya había dado cuenta de ellas.
Lola y Goyo por fin dejan de protestar, salen del patio y
se echan bajo la mesa de la sala a dormir la siesta del mediodía.
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